Diario de Noticias de Álava

Hélene Grimaud, pianista

"Las orquestas jóvenes tocan como si sus vidas dependieran de ello, es un asunto de vida o muerte"

Una de las pianistas más carismáticas del mundo, la francesa Hèlene Grimaud (Aix-en-Provence, 1969), acompaña hoy a la Orquesta Sinfónica de Euskadi en Vitoria (20.00 horas en el Principal) con un programa eminentemente ruso, bajo la batuta de Andrey Boreyko

Grimaud, en la sede de la Orquesta Sinfónica de Euskadi.Foto: ainara garcia

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Donostia. La primera vez que trabajó con Andrey Boreyko fue en 2005. Primero con la Filarmónica de Munich, después la de Nueva York y la Sinfónica de Chicago. Tiempo suficiente para que Grimaud le considere "un director increíble". "Me parece muy honesto, muy sincero, tiene mucha integridad. Suena un poco raro y tonto decir que un músico ama la música, pero él lo hace de una manera especial, vive por la música y sólo le interesa la música, y es algo muy especial en él".

¿La presencia de Boreyko le ha empujado a estrenarse con la Orquesta Sinfónica de Euskadi?

Es una parte muy grande de mi decisión, pero no la única. Había oído muchas cosas buenas de la Orquesta Sinfónica de Euskadi pero no les conocía personalmente; estaba interesada e intrigada, y cuando supe que Boreyko iba a ser el director principal invitado, me convencí.

Rachmaninov, cuyo 'Concierto para piano y orquesta nº 2' tocará con la Orquesta Sinfónica de Euskadi, ha tenido mucha importancia en su carrera. Fue el primer compositor que grabó y lo ha interpretado en sus recitales más importantes.

Siempre ha sido uno de mis conciertos preferidos. Para mí es un aristócrata, en el buen sentido: tiene mucha nobleza de corazón, elegancia, generosidad de espíritu y tuvo el coraje, el valor, de ser él mismo, a pesar de las distintas corrientes musicales de la época en la que vivió. Se puede decir que no tuvo más remedio pero aún así se necesita mucho coraje para mantenerse firme en esa posición de ser él mismo, a pesar de todos los lenguajes musicales que estaban surgiendo en el mundo.

¿Prefiere el Rachmaninov más sinfónico, o el de recital, más pianista, más íntimo?

Me encanta el material sinfónico de Rachmaninov, pero no es fácil. Estaba justo hablando el otro día con (el pianista y director) Vladímir Áshkenazi y decía que el Concierto nº2 es muy difícil. Todo el mundo conoce el Concierto nº3 como el grande, como el difícil, que tiene muchas notas, es una pieza muy rica, pero una vez que se domina esa pieza es más fácil que el segundo, que tiene unos momentos muy complicados. Es difícil también conseguir el equilibrio, porque la textura de la música orquestal según como se toca puede ser muy pesada y puede faltar transparencia. Dado el respeto y el amor que tengo hacia Rachmaninov, son piezas muy especiales. Uno de los retos de esta pieza en concreto es que Rachmaninov escribe muy bien las melodías, y existe la tentación de detenerse en los detalles y perderse en la estructura general. Es muy importante centrarse en la arquitectura del concierto para que sea una pieza pura y ese concierto, en concreto, tiene una claridad clásica muy patente.

Ha trabajado con orquestas históricas (Filarmónica de Berlín, Cleveland...) y jóvenes (Mahler). ¿Qué le aporta cada estilo? ¿Con quién prefiere trabajar?

Lo más importante para hacer música es la química que surge. Si no hay química, la música no vuela, se queda con los pies en la tierra. Y si quiere salir y poder volar, se necesita una atmósfera especial: debe existir comprensión, libertad y compenetración entre todas las partes. No depende de que la orquesta sea increíble o lo sea un solista; sí, tienen que ser increíbles pero también estar en la misma onda. Las orquestas grandes, establecidas, tienen sus características especiales, sus idiosincrasias y repertorios... Parece que han nacido haciendo esa música; por otro lado, las orquestas jóvenes tocan como si sus vidas dependieran de ello, de la música que están creando. Es como un asunto de vida o muerte. Tienen un gran compromiso, un deseo que estimula mucho a los que trabajamos con ellos: la vitalidad, la energía y la alegría con la que tocan. Lo mejor es tener todas estas experiencias diferentes, y así uno va creciendo.

¿Y en los espectadores nota diferencias? Este año debuta en China y Corea.

Generalizar siempre te conduce al error. Más que de la nacionalidad, depende de la sala donde experimentan la música. Los mejores públicos son los que están en una sala donde reciben físicamente la música. Si estás en un auditorio bueno, la música no es solamente algo externo, que viene hacia ti y se va, sino algo que te atraviesa, te llega, te abraza. Estos espectadores se movilizan más, reciben mejor la música porque no tienen escapatoria, no tienen adonde huir. En las salas donde hay mucha separación entre la orquesta, el público, el solista, no hay una conexión tan directa, no hay un canal abierto y falta la dimensión de la intimidad.

Graba en exclusiva para Deutsche Grammophon desde 2002. ¿Cómo observa el estado de la industria discográfica y la influencia de la crisis?

Llevamos 25 años escuchando que la música clásica está en declive, y ahí está todavía. Son momentos difíciles para las discográficas, pero no para el mundo de los conciertos. No comparto el pánico creado por el pensamiento de que el público de la música clásica se está muriendo. Pero sí es verdad que los jóvenes de hoy van a descubrir la música clásica más tarde. Yo escucho todo tipo de música -jazz, hip-hop,...- pero la diferencia de la música clásica es que siempre descubres algo nuevo cuando escuchas una pieza. Una canción de pop, por muy buena que sea, después de unas cuantas escuchas, la pillas , sabes de qué va. No hay nada más por descubrir. La música clásica tiene más misterio, más capas, puedes indagar más. Lo que hay que hacer es que forme parte del sistema educativo, y no una hora a la semana. Tengo la convicción de que tiene que ser algo muy importante en el sistema escolar porque es lo que nos define como una especie. Toda la tecnología que hemos desarrollado marca una diferencia cuantitativa respecto al mundo animal pero el arte es lo único que marca una diferencia cualitativa. Debería ser tan importante como Matemáticas o Geografía. El ejemplo más patente de eso es la orquesta de Simon Bolívar.

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