Hoy que se cumple el cuarto aniversario del fallecimiento de Javier Ortiz, rematamos el homenaje del número 196 de Diagonal con el texto escrito por Isaac Rosa. Muchas gracias, Isaac.
Uno que sí estaba aquí
Se acumulan los despertares y las caídas de burro en esta España en
descomposición. No sabemos si avergonzados o temerosos de ser
arrastrados por la misma marea, son muchos los intelectuales que miran atrás y entonan un mea culpa lastimero: cómo pudo pasar, cómo hemos llegado a esto, cómo no nos dimos cuenta antes.
Algunos parecen surgidos de un coma profundo, como si hubiesen pasado
los últimos 30 años en una cueva o en otro planeta, o quizás hechizados
por un bebedizo que les impidió ver que aquella España orgullosa,
moderna, que daba lecciones de democracia, y cuyas empresas y bancos
conquistaban el planeta, era puro humo. Otros se caen del burro tras
décadas viajando cómodamente en su lomo, y el costalazo duele. La mayoría contempla el tiempo anterior a la crisis como un país extranjero, que desde el presente no reconocen,
ni se reconocen a sí mismos entonces: ¿Éramos nosotros? ¿Estábamos
aquí? ¿Qué hacíamos, hacia dónde mirábamos mientras todo se encaminaba
hacia la tormenta perfecta?
Se frotan los ojos, y pretenden hacernos partícipes de su pasmo, incluirnos en un plural que reparte culpas para que al final no haya culpables: “todos” miramos hacia otra parte, “nadie” vio lo que ocurría,
“pocos” anticiparon el desastre. Pues no: todos no se creyeron la
fiesta (ni participaron de ella); algunos no sólo vieron lo que se
avecinaba sino que lo dijeron, aunque clamasen en el desierto.
Entre estos, en lugar destacado, Javier Ortiz. Es cierto que sus lectores todavía nos preguntamos a diario “qué habría escrito Javier sobre esto”.
Pero si hay un artículo que yo echo de menos, es el que habría dedicado
con su genial mala leche a esos que hoy se dicen sorprendidos y
despertados del sueño. No era muy de presumir Javier, pero bien podría
haberles dicho: yo sí estuve en aquel país que hoy os parece extranjero,
y que era exactamente este; yo no bebí ningún bebedizo, ni caí en coma
ni me aferré a las orejas de ningún burro.
Javier no era de presumir de “ya lo decía yo”, porque además él no
sólo lo decía: él lo escribía, y no en cualquier sitio. En publicaciones
perseguidas; en las incómodas páginas de El Mundo, donde peleó su
independencia contra la derechización del medio; y en sus últimos
tiempos en Público, cuyo decepcionante final se libró de ver.
Hoy no tiene ningún valor decir que la Transición fue una estafa,
que el rey ha abusado de la confianza dada, que el modelo económico
español estaba abocado al desastre, que la corrupción es sistémica, o
que el euro fue un error y una trampa. Por ahí ya pasa cualquiera,
incluidos muchos que hasta hace un suspiro defendían la Transición
ejemplar, se decían juancarlistas agradecidos, aplaudían los éxitos
económicos, se tapaban la nariz ante la corrupción o empuñaban la
bandera europea. El valor está en haberlo dicho hace diez o veinte años, denunciar a contracorriente de la opinión dominante, ser el aguafiestas, renunciar a las prebendas del poder por no reírle las gracias.
La hemeroteca de Javier Ortiz (mantenida viva por Mikel Iturria, admirable) es una lección diaria. Podemos recuperar artículos de hace décadas donde denunciaba todo aquello que hoy se ha vuelto trending topic:
la corrupción institucional, las burbujas sobre las que se construía la
prosperidad, el saqueo de lo público, la partida de monopoly con la
vivienda, la rapiña financiera, la falacia del euro y de una Europa
ultraliberal, el disparate de infraestructuras y obras emblemáticas… De
cualquiera de esos temas de los que hoy puede escribir hasta un
columnista de La Razón, ya escribía entonces Javier Ortiz. Y la suya fue
a menudo una soledad cercana al aislamiento.
Sobre todo porque escribía también de temas sobre los que todavía hoy
hay pocas caídas de burro: el fallido modelo territorial; la naturaleza
depredadora del capitalismo; la ‘humanitaria’ OTAN; la criminalización
de la disidencia (pionero en denunciar la estrategia del “Todo es ETA” que a muchos parecía bien cuando se aplicaba en Euskadi, y ahora vale contra cualquiera).
O la represión policial, incluido el gran agujero negro de la España democrática,
sobre el que han callado y siguen callando quienes se agarrarán con
uñas y dientes al cuello del burro antes de caer también en esto: la
tortura, la persistencia de la tortura policial en un país que se dice
democrático pero donde sigue habiendo palizas, y donde los torturadores
siempre salen impunes, no investigados, absueltos o indultados.
Javier Ortiz escribió valientes páginas contra la tortura, denunció
casos que con los años acabó confirmando la justicia (Egunkaria, por
ejemplo), apoyó a los colectivos y nos dejó una obra de teatro terrible y
de obligada lectura: José K, torturado.
De seguir vivo, Javier no estaría hoy recogiendo frutos, no se
recrearía en la confirmación de sus advertencias, en el “ya lo decía
yo”: estaría escribiendo para adelantarnos futuras caídas de burro y
próximos despertares alucinados. Porque él, que siempre pareció un
extranjero entre nosotros, siempre estuvo aquí.
A
Javier Ortiz, un periodista independiente y radical de ir a la raíz, no
puedo ni quiero más que echarle flores en su memoria. A sus jóvenes 61
años y en plena fertilidad literaria, falleció el 28 de abril del año
2009, pero sus columnas siguen tan vivas como cuando las escribió,
detalles cronológicos aparte.
Estas son, pues, unas notas apresuradas sobre la relación que entablamos
como periodistas autónomos y afines que éramos. Por otra parte,
prosiguiendo su socarrón estilo, con ello sigo una tradición muy de
nuestra cultura: la de echar flores laudatorias a los muertos, sobre
todo si les apedreábamos cuando estaban por acá. Este no es precisamente
el caso. Hace poco ya escribí en Twitter sobre Javier Ortiz. Dije que
no sé dónde puede estar ahora, pero sí que se las ha arreglado para
seguir siendo imprescindible. Nada de nostalgias hueras. Javier era un
moralista que levantaba ampollas al poder. Lo suyo era un compromiso con
la escritura social y política. Crítica nada complaciente. Duro y a la
cabeza, y sin faltar ni un día a la cita con sus numerosos lectores. Una
fidelidad mutua.
Así, pues, confieso que soy rehén del agradecimiento a Javier Ortiz.
Ello no supone una carga en absoluto sino un orgullo. Para mí, su
estrella solidaria, personal y profesional, rayó a gran altura cuando
ocurrió la hecatombe de “la Realidad”. Fue el 28 de diciembre de 2001,
el Día de los Santos Inocentes. Y lo éramos, pero no para los caciques
de Bancabria y algunos jueces. Me condenaron a pagar al secretario
general del PP de Cantabria la suma de 127.000 euros. Desapareció por
ese motivo un periódico nacido por suscripción popular y con
fundamentada ilusión.
¿Cuál fue el crimen cometido? Para aquel que no lo sepa, lo que
publicamos y motivo de la desmesurada condena fue que, un alto cargo del
Partido Popular y representante en las instituciones autonómicas, había
realizado un viaje relámpago a Suiza, para hacer operaciones bancarias a
raíz de las elecciones generales de 1996. El PP apostaba fuerte y las
ganó Aznar.
Tras el oportuno recurso, la Audiencia Provincial rebajaría la cuantía
indemnizatoria a 12.020 euros. Pero la jueza que nos condenó se había
apresurado a decretar el embargo preventivo inmediato, el desahucio de
la cabecera, la redacción, las cuentas y hasta el mobiliario. Todo ello
en unas pocas horas. Había mucha prisa por vernos desaparecer. Según
escribió Javier Ortiz en su columna de “El Mundo” y también desde los
“Apuntes del natural” y de su onírica “Jamaica”, lo que ocurrió con ese
periódico semanal de Cantabria fue “un escándalo” sin paliativos.
Otro gran detalle de generosidad lo tuvo cuando se me organizó un
homenaje en Madrid, promovido por Diagonal, Nodo50, Traficantes de
Sueños... Al no poder asistir personalmente, elaboró un escrito para la
ocasión. Me decía Javier cariñosamente que, como director de “La
Realidad”, yo había cometido un “delito” y un “error”. Según él, “el
mayor delito que puede cometer un periodista hoy en día es ser
independiente. El independiente es sospechoso por principio. Y si no
tiene asideros especiales, resulta laminado a la primera de cambio”.
En cuanto al “error”, “fue “amar a Cantabria, pese a todo”. Y añadió:
“si Patxi hubiera concluido que hacer periodismo en Cantabria es como
tratar de ser honrado en la Mafia y hubiera huido, viniéndose a Madrid,
por ejemplo, lo mismo habría logrado que lo contratara algún periódico
con ganas de adornarse con alguna rareza, para darse aires de plural.
Pero decidió no sólo aguantar al pie del cañón, sino dispararlo contra
los sinvergüenzas de aquella tierra, que a fe que abundan”.
Y concluía: “Patxi, has sido un ingenuo, y así te ha ido. Bendita sea tu ingenuidad. Y ojalá cundiera”.
Y luego Javier nos abandonó el 28 de abril, hace ahora cuatro años. A
raíz de su fallecimiento, salió a la luz su humor negro; el de haber
escrito, bastante antes, ¡su propio obituario!, al estilo del gran
poeta y buen vividor francés François Villon. Dijo Javier que lo hizo
así “para que mi necrológica no quede en manos de cualquier cronista
chapucero”.
Nunca es tarde para callar cuando no se puede decir más. Y me callo
diciéndole a Javier: ojalá estuvieras todavía aquí en cuerpo, igual que
lo estás en alma. Gracias por todo.
El periódico Diagonal ha dedicado tres páginas del número 196 a Javier Ortiz. Desde aquí, Charo, Ane y el abajo firmante queremos darles las gracias a Patricia Manrique, Javier Lezaola, Patxi Ibarrondo e Isaac Rosa por acordarse de nuestro/vuestro Ortiz. Hoy subiremos el texto de Javier
Lezaola.
Inolvidable
Javier Ortiz
El próximo 28 de abril se cumple
el cuarto aniversario de la muerte, a los 61 años, de un autor
incomparable. Cuatro años de ausencia física y sólo física.
Porque su memoria sigue viva.
Fueron las injusticias
las que empujaron a Javier Ortiz a cultivar “el noble género del
panfleto”. A diario. Desde los 17 años hasta el final. Tampoco
abandonó nunca “la agitación política”, empujado también por
las injusticias. Pasó por la cárcel. Dirigió los periódicos del
Movimiento Comunista, que para él siempre fue “más que un
partido”. Escribió en muchos medios –DIAGONAL incluido–, de
Zutik a Público, pasando por Saida –revista
que fundó y que fue secuestrada por orden ministerial– y El
Mundo, del que llegó a ser subdirector de Opinión antes de
dimitir “por razones de incompatibilidad ideológica”.
Autor
y editor de unos cuantos libros, se consideró ante todo un
columnista. Respetó el lenguaje. Reverencialmente. Sobrio e
incisivo, destacó por su tono ácido y por su rigor intelectual.
Sobre todo por su rigor intelectual.
“La
divinidad” le había “castigado a darle constantemente al coco”,
y alguien dijo que practicaba la lógica molesta. Era su particular
forma de poner el dedo en la llaga. Escribía muy lentamente porque
corregía sin parar, para que quien hubiera de leerle pudiera hacerlo
de corrido, como si le estuvieran hablando. Lo logró.
“Decía
que era un opinador compulsivo, y para ello se informaba”, recuerda
su hija Ane, quien tecleó sus últimos artículos cuando a él no le
quedaban fuerzas, lo que no le impidió seguir haciendo “malabares”
con las palabras y los caracteres. “Hasta el final” mantuvo
también los valores asumidos en su Donostia natal y en el exilio
francés.
Su
mujer, Charo, destaca que era un hombre “arriesgado”, pese a
haber estado “muy solo” en sus labores de denuncia. Fue el precio
que tuvo que pagar por ser fiel a sus principios. Sabía que hay
gente que no puede permitirse tenerlos, pero él los mantuvo hasta el
último día, e hizo de ello “una opción de vida”.
Ambas
coinciden en que se habría ilusionado con los últimos brotes de
rebeldía que vienen surgiendo. Creía en el potencial revolucionario
de la juventud.
“No
sé dónde puede estar su nombre ahora, pero sí que se las ha
arreglado para seguir siendo imprescindible”, asegura Patxi
Ibarrondo, director del desaparecido semanario cántabro La
Realidad. Ibarrondo –otro imprescindible– evoca la “crítica
nada complaciente” y la “borroka continua” del
“despertador de conciencias” que fue Ortiz. Reconoce estar “preso
de agradecimiento” a él, lo cual “no supone una carga en
absoluto, sino un orgullo”: la “estrella” de Javier Ortiz
–siempre dispuesto a echar una mano– “rayó a una gran altura”
cuando el periódico fue acosado y derribado por los poderes
fácticos. “Y lo hizo mientras otros progresistas y material de la
izquierda orgánica y honorífica se escondían tras los arbustos del
disimulo”.
También
fue uno de los primeros en llegar a internet, donde publicaba a
diario. Su amigo Mikel Iturria recuerda que “de julio de 2000 a
abril de 2009 no faltó a su cita diaria con los lectores, salvo una
o dos veces, y siempre por fuerza mayor”. Su libro Diario de un
resentido social recoge una selección de sus primeros artículos
en una web que pronto se convirtió en un confortable punto de
encuentro para la reflexión y el debate. A su muerte, Iturri
y otros decidieron “mantener su memoria también, y sobre todo, en
internet”. Por eso javierortiz.net sigue siendo actualizada con
puntualidad.
Ortiz
llamaba a indignarse por el presente, pero también a mantener viva
la indignación del pasado, porque para él “todas las
indignaciones” eran “la misma indignación”. Olvidaba “las
pequeñas afrentas”, pero no “las grandes traiciones”.
Incluidas las políticas.
Plantó
cara a la dictadura, asumiendo la responsabilidad de diversas
publicaciones clandestinas. Su visión crítica de la Transición
quedó reflejada en su ensayo Tal fuimos, tal somos, incluido
en una joya: su libro Jamaica o Muerte. Desmitificó aquella
operación cuando muy pocos lo hacían, y anticipó las consecuencias
de no haber llevado a cabo una ruptura con el franquismo. A lo que
vino después le dedicó otro libro: el implacable El Felipismo,
de la A a la Z. Endilgó al PP columnas tan poco condescendientes
como Recuerdo de un 3 de marzo. Escribió las biografías
–basadas en las largas series de entrevistas que realizó a sus
protagonistas– de Ibarretxe (Ibarretxe) y Arzalluz (Así
fue), dos de los políticos más vilipendiados por el
establishment español. Representó la antítesis del
periodista domesticado.
No
eludía ningún tema, por comprometedor que pudiera ser. De su
denuncia de la tortura surgió José K, Torturado, su única
obra teatral, en la que aborda la cuestión como lo abordaba casi
todo: buscándole el otro lado, el que no se ve a simple vista. Él
no pudo comprobarlo, pero la pieza ha sido representada con éxito en
escenarios de unas cuantas ciudades, incluido el madrileño Teatro
Español.
Muchos
nos preguntamos qué pensaría Ortiz sobre esto o qué habría
escrito sobre aquello. “Seguiremos teniendo razón” fueron las
últimas palabras de su última columna. Uno de los incontables
testimonios de pésame escritos a su muerte concluía así: “No sé
por qué, pero siempre te hacía sentir que tenía razón. Y la
tenía”.
El pasado 24 de enero, Javier Ortiz habría cumplido 65 años. La víspera decidimos crear un hashtag o etiqueta en twitter (#javierortiz65) para que quien lo quisiera dijera lo que le apeteciera acerca de Ortiz.
Como la cosa ha quedado bastante maja, hemos recogido todos esos tuits y algunos más en este storify. Si alguien no aparece y quiere aparecer, primero que nos perdone y después que nos lo haga saber.
Lamentablemente, ésta será una de las últimas oportunidades para ver la obra, porque por compromisos profesionales elementales (de esos que te permiten comer) no va a ser posible que la obra esté en cartelera durante el verano y, seguramente, el otoño próximos. A partir de ahí, ya se verá.
Por lo tanto, si sois de cerca de Bilbao y os apetece ver la única obra teatral de Javier Ortiz, tenéis una cita los días 26 y 27 de mayo en el Teatro Campos Elíseos.
Para entonces, además de saber quién ganó la Copa, sabremos ya si finalmente se cantó o no en el Calderón eso de "Un elefante se balanceaba....". El fútbol es accesorio: lo importante es dar el cante.
Finalmente, el pasado día 14 de marso se presentó en el Teatro Principal José K, torturado. Y tuvo buena acogida de crítica y público. El amigo Pedro Casablanc estuvo como acostumbra y eso ayuda. Ha sido uno de las obras más importantes que ha pasado por la edición número 18 de dFeria y ha dado que hablar entre programadores, profesionales de la escena y público en general.
Esperemos que la obra tenga buena venta y pueda seguir rulando por diferentes escenarios. Hay varias fechas cerradas ya, pero esperaremos a que sean confirmados por la distribuidora Emilia Yagüe.
A continuación, enlazamos informaciones y artículos varios publicados a lo largo de estos días. Seguro que se nos ha colado alguno. Si nos lo hacéis saber, los iremos añadiendo:
Dilemas vitales. Ruth Pérez de Anucita en Noticias de Gipuzkoa
Si conocéis a alguien que viva cerca, pasadle la información. Gracias.
Hoy, 13 de marzo, Sandra Toral (productora) y Emilia Yagüe (distribuidora) han presentado en rueda de prensa la obra en Donostia. El director de dFERIA, Norka Chiapuso, ha tenido palabras laudatorias para José K. Ha dicho que es una obra que pasará a la historia del teatro español. Ahí es nada.
Llevo unos días que no estoy demasiado centrado en las cuestiones mundanas, porque otras más personales requieren mi atención. Es por ello que hasta hoy no me he podido sentar tranquilamente para escribir algo sobre el adiós del periódico Público.
Como la mayoría sabréis, Javier Ortiz, nuestro jamaiquino del alma, fue fichado en su momento para escribir una columna diaria en el periódico. Hoy queremos recordar aquí lo que escribió para la sección Carta de los lectores y que apareció en el primer número del periódico el 26 de septiembre de 2007.
Ahora sí, ahora les dejo con la carta de Ortiz. Esperemos que la petición de un servicio de recogidas municipales (y gratuitas) de cadáveres no sea extensible a la prensa y a tantas y tantas cosas más. ¿Será viable lo que Víctor Sampedro pedía a principios de este 2012? El tiempo dirá.
Esta carta es para reclamar que, de una vez, los ayuntamientos
instauren un servicio de recogida de cadáveres digno de ese nombre.
Los consistorios recogen las basuras sólidas, los envases y hasta los
muebles sobrantes, pero no tienen nada previsto para recoger los
cadáveres que se nos producen. Se te muere el abuelo y te hace la cusqui
por partida doble, en el supuesto de que lo apreciaras. ¡3.000 euros
como poco, así lo metas en un ataúd de pino de lo más discreto, sin cruz
ni nada!
Quienes pensamos que, una vez que te has muerto tanto da dónde te dejen
(siempre que no sea al alcance de determinados restaurantes
especializados en el chop-chuey de cerdo), reclamamos un servicio de
recogida de cadáveres apto para pobres.
¿Patria o muerte? ¡Ni patria ni muerte! Atentamente.
2.- Mi reino por un caballo dedicó parte de la emisión del 30 de enero a la obra escrita por Ortiz. Este programa se emite en La 2 de TVE y podéis ver (y escuchar) las entrevistas al actor Pedro Casablanc y al director Carles Alfaro. Es al comienzo del vídeo (en torno al minuto y medio) y dura unos cinco minutos, más o menos. Habríamos puesto con mucho gusto el vídeo por aquí, pero no lo podemos embeber o incrustar o como leches se diga.
Además, también ayer se presentó en Donostia dFERIA, la Feria de Artes Escénicas de San Sebastián. José K, torturado estará el 14 de marzo, a las 18:00 horas, en el Teatro Principal donostiarra. Pronto más información.