No se prodiga últimamente en actuaciones, ni tampoco en grabaciones. No creo que sea por voluntad propia, sino más bien porque no son buenos tiempos para casi nadie y mucho menos para los inadaptados a la mediocridad imperante. Parece que está preparando nuevo disco, pero no es necesario esperar ninguna novedad para comentar el trabajo de Kiko Veneno, este músico genial que ya lleva más de treinta años dándonos alegrías con sus cantecitos.
De sus peripecias para llegar a ese inconfundible estilo como compositor, músico y letrista venenoso y de su extenso trabajo se puede encontrar amplia información en su página web o en otros rincones de la red, y vale la pena leerla para entender que, a pesar del buen rollito y la alegría que transmiten sus canciones, no fue precisamente un camino de rosas el que tuvo que recorrer para conseguir un mínimo reconocimiento. Ni siquiera la fama le salvó de las garras manipuladoras de las multinacionales discográficas, cuyo apretón sofocante le llevó a decidir liberarse de ese calvario en 2001 para seguir peleando por la música sin las mismas ataduras.
Pero ningún obstáculo ha sido insalvable para este rebelde con causa, ingenio y talento que, a pesar de su poquita pero bien aprovechada voz y de su entrada en la música por caminos alejados del virtuosismo, ha logrado consolidar un estilo caracterizado por la unión de múltiples influencias musicales (blues, rock and roll, flamenco, rumba, jazz y pop) y por unas letras tan poco convencionales que sorprenden a cualquiera, tanto por lo que dicen como por cómo lo dicen.
La publicación en 1977 de «Veneno», el único disco del grupo que con el mismo nombre fundaron los hermanos Amador y Kiko Veneno, fue la primera muestra de ese estilo trasgresor y lleno de frescura que les separa años luz de otros grupos que por entonces se movían en lo que algunos llamaban el rock andaluz y les convertiría en referente para muchos músicos. Pero lo cierto es que «Veneno» pasó con más pena que gloria, hasta que años después fue calificado como una joya, incluso por los que lo habían puesto de vuelta y media cuando se publicó, y se llegaron avender más de 300.000 copias del disco. La CBS sabrá los beneficios que le reportó, pero parece ser que los protagonistas sólo lograron unas tardías palmaditas en la espalda y se supone que la satisfacción de haber hecho un buen trabajo.
De la discografía de este catalán tan fino que cada vez se va más al sur, he optado por comentar «Puro Veneno», un disco que recoge temas de anteriores trabajos, desde «Veneno» (1977) hasta «Está muy bien eso del cariño» (1995). Aunque está hecho en estudio, todos los temas están grabados en directo, y además no se trata de un recopilatorio sin más de las versiones originales, sino de nuevas y excelentes versiones de estos temas, incluyendo también dos canciones que no habían sido grabadas antes por Kiko Veneno: Los managers (que está en el primer LP de Pata Negra) y Volando voy, popularizada por Camarón en «La Leyenda del Tiempo».
«Puro Veneno» es, además de una muestra de la obra musical de Kiko, una manera de compartir su música con algunos de sus amigos, destacando el acierto en la elección de los temas para la participación de cada uno de ellos. Así, en el primer corte, una versión insuperable del Mercedes blanco, los coros de Martirio iluminan el cielo más que los diez duros de papel albal, con ese arte que tiene esta mujer para el cante. Andrés Calamaro interviene en El Lobo López añadiendo melancolía a ese tema de encuentros y desencuentros, mientras que en la versión de Memphys blues, Kiko y Santiago Auserón van turnándose en las estrofas de esa genial adaptación del tema de Bob Dylan que aparecía en «Está muy bien eso del cariño» (1995). Reír y llorar, parece un tema hecho a la medida de la voz de Albert Pla, que añade a la canción un aire de lamento humorístico con su estilo peculiar. La guitarra flamenca de Raimundo Amador suena en Volando voy y en Farmacia de guardia.El calor me mata, Joselito, Mi mechero blanco, Veneno, Echo de menos, Más al sur, Los delincuentes y Los managers, completan los 14 temas de un disco que no tiene desperdicio.
Esencial es también el papel de la banda que acompaña a Kiko habitualmente, esos músicos sin los que sería imposible llegar a fundir los sonidos que siempre soñó, según afirma en el librito del CD. Rafa Montañana (batería), Juan Ramón Caramés (bajo), Charli Cepeda (guitarra eléctrica), Raúl Rodríguez (guitarra flamenca saz y tres), Antonio Rodríguez (guitarras y voces) y Lourdes Carvajal (voces) son parte fundamental de éste y otros muchos trabajos de Kiko Veneno.
Disfrutar de la buena música y divertirse escuchando esas letras mordaces, no es algo habitual, pero Kiko Veneno consigue con sus cantecitos inteligentes transmitir alegría, y no están los tiempos para renunciar a este bien tan preciado como escaso. Esto es más que suficiente para recomendaros que no olvidéis a este interesantísimo artista y que si no lo habéis escuchado lo hagáis ahora, sin ningún temor a la decepción.
Acabo con otra recomendación, la lectura de la entrevista que le hace Jabier Muguruza, un Encuentro con almaque os acercará a una visión más cálida de la personalidad de Kiko Veneno.
Me pide María que le mande alguna crítica de discos para seguir alimentando la sección de música recomendada. Es mi intención mandar esta y más críticas de discos que sean poco conocidos, pero lo que realmente hoy me pide el cuerpo es otra cosa. Lo que me pide el cuerpo es contar una anécdota que me pasó con Javier que da una idea de lo generoso que era.
Muy al principio de conocernos, hace unos nueve años, le pedí si me podía pasar unos discos antiguos de Serrat, que entonces no encontraba por ningún lado, y así convertirlos de vinilo a CD. Él no me puso ningún problema, me los dejó y ni si quiera creo que dijera un "ya me los devolverás", o "cuídalos" o cualquier cosa, nada, me los dejó como quien deja un poco de azúcar al vecino.
Los vinilos estaban en un estado más o menos bien conservados, aunque se les veía algo "trabajados". Los pasé a CD y se los devolví a los pocos días. Lo que me sorprendió, cuando se los devolví, fue la historia que me contó sobre ellos.
Resulta que cuando se iba a exiliar a Francia, al cruzar los Pirineos, las personas que pasaban iban por un lado y por otro, les llevaban la maleta para que fueran más ágiles. El caso es que en ese paso le apresaron y le metieron en la cárcel. La maleta, al ver que no llegaba su dueño, la enterraron en un lugar convenido a la espera de que alguien la reclamara. Tras la salida de la cárcel, no recuerdo ahora después de cuanto tiempo, decidió ir a recoger la maleta, y en ella llevaba los discos de Serrat que a mi me había dejado tan desprendidamente. Me dijo que les tenía en mucha estima por haber estado en esa maleta. Evidentemente le dije que si me lo hubiera contado antes no sé si hubiera aceptado llevármelos a casa tan alegremente.
Estoy convencido que le preocupó que yo me los llevara y que no los cuidara bien, pero como digo, casi sin conocerme, me los dejó con la mejor de sus sonrisas.
Luego seguimos hablando infinidad de veces de música, estuve durante un tiempo llevando la página Web de música que ahora lleva María, y en alguna ocasión me pidió ayuda para una conferencia que tenía que dar sobre Van Morrison.
Leyendo ahora muchas de las cosas que se escriben sobre él, me hace gracia comprobar lo promiscuo que fue en amigos musicales, y a muchos nos conoció de la misma manera: hablando de música. Sirva estas pocas líneas como un agradecimiento a toda la amistad y el cariño que me regaló después de un primer correo hablando, concretamente, de Chico César, un músico brasileño.
Esta funda desgastada corresponde a un disco de Javier Ortiz, y tras ella hay una simpática historia que ahora explicaré:
Corrían los años setenta cuando un joven Ortiz paseando por Barbés –el barrio parisino en el que por entonces vivía- escuchó la música que salía de uno de los muchos cafés argelinos de la zona. Aquella canción que sonaba la había oído antes por la radio y le había entusiasmado, se llamaba A Vava Inouva y era de un tal Idir, un tipo que había conseguido un éxito inusual para un cantante argelino en la France de la época.
Javier, que siempre fue un melómano impenitente, había intentado hacerse con el disco por los medios convencionales –o sea, yendo a una tienda para comprarlo- sin llegar a conseguirlo. Pero, como bien sabemos, nuestro querido amigo no se daba por vencido fácilmente, y al oír la canción decidió probar una nueva estrategia para lograr el deseado disco. Ni corto ni perezoso entró en el café y entabló conversación con el dueño mientras metía monedas en la máquina de discos para escuchar el tema una vez tras otra. Los detalles de la conversación no los conozco, pero sí sé de buena tinta que tras rechazar diversas ofertas de compra, el buen hombre acabó abriendo la máquina de discos y regalándole el single al persuasivo Ortiz.
Javier, conservó ese disco como oro en paño, y cuando hace unos meses Idir dio un concierto en Barcelona me mandó el viejo vinilo para que se lo dedicara. La sorpresa de Idir al ver aquel ejemplar –que ni él mismo conservaba- fue considerable y después de reírse francamente tras conocer la historia de su adquisición le escribió una cariñosa dedicatoria agradeciendo su interés.
Mi relación con Javier, llegó a través de la música de Idir; después de leer en su página web una reseña de A Vava Inouvá le envié un comentario al que respondió amablemente. A partir de ahí se desencadenó un intercambio de discos, de ideas, de afectos y se consolidó una amistad que se ha mantenido durante estos años.
Valga como recuerdo del inolvidable amigo, el compartir con vosotros esta anécdota de sus andanzas que es bastante expresiva de su amor por la música, de su extraordinario tesón y de su inmensa capacidad de seducción.
Para ti Javierete y para todos los que te queremos, dejo por aquí esta versión de A Vava Inouva. Marieta
Han pasado poco más de veinte años desde que empecé en la radio local, más de veinte años en que nos juntábamos la “colla” de 15 amigos (lo que en Euskadi sería la “cuadrilla”) para explicar historias, y cómo no, pinchar nuestra música preferida.
Poco más de veinte años desde que Kortatu grabó “El Estado de las cosas” (Soñua, 1986) y “Kolpez kolpe” (Oihuka, 1987), dos discos que aún conservo en vinilo desde entonces y que he vuelto a escuchar esta semana, con la finalidad de observar con perspectiva el nuevo trabajo de Fermín Muguruza, “Asthmatic Lion Sound Systema”
Desde entonces el estado de las cosas no ha cambiado demasiado, el mensaje de Kortatu ha seguido vigente, disco a disco, golpe a golpe. Lo que sí ha cambiado a lo largo de este tiempo ha sido la manera en que Fermín Muguruza nos ha transmitido ese mensaje, ya fuera a través del punk y ska de Kortatu (fueron los primeros en introducir este género jamaicano en la Península), el rap y los ritmos caribeños de Negu Gorriak, el hardcore y drum’n bass de Fermin Muguruza eta Dut, hasta llegar al actual compendio de mestizaje que es “Asthmatic Lion Sound Systema”.
En este trabajo Fermín pinta un graffiti internacionalista en un muro sonoro desde el que la cultura de base responde con la palabra al fuego de las armas, al destello de los flashes, a los diversos atentados y amenazas de corte fascista de los que ha sido, y continúa siendo víctima, él y su música.
Como es ya una tradición desde los primeros discos de Kortatu, las letras de los temas vienen traducidas en el libreto en varios idiomas, lo cual no implica que el sentido poético y subliminal de las mismas sea captado por todo el mundo. Pero este estilo al componer yo lo veo más como una invitación a la reflexión que como una intención de secretismo.
A destacar el vídeo-clip del tema que abre el álbum “Shoot the singer”, ambientado en un cibercafé-concierto en el que simbólicamente, el público es cacheado al entrar y deja sus armas en guardarropía con total naturalidad, como quien deja el abrigo. Dispare al cantante, pero sin armas. Posteriormente, en el video-clip de “Balazalak”,aparecen alternativamente imágenes de todo tipo de armas mezcladas con imágenes de diversión, de represión, de destrucción, de denuncia, de ingenuidad… dejando, una vez más que el espectador saque sus propias conclusiones.
Como acertadamente me comentaba hace unos días mi colega Manolo, habrá que ver cómo se las ingenia el león asmático para poner sobre el escenario este trabajo, hecho de colaboraciones de diversos artistas de diferentes lugares del mundo (Irún, Berlín, Nueva York, Tokio, Kingston, Dublín, Jerusalén, París, Madrid, Kuala Lumpur, Niamey, Quito, Barcelona, Moscú, Toulouse y Roma). Confío en que el concepto Sound Systema ayude a subsanar las dificultades que puede implicar poner el disco en gira. Por cierto, en la web de Fermín aún no he visto ningún anuncio de próximos conciertos.
Acabo mencionando la banda sonora del documental “Mirant al cel” (Jesús Garay, 2008), sobre el bombardeo de Barcelona por los fascistas en 1938; es otro aspecto más de la creación musical de Fermín Muguruza que vale la pena conocer.
Hace unos días sonaba por
mi casa Hora Cero, yo estaba distraída con mis cosas y no le
hacía demasiado caso a la música hasta que
mis sentidos se aguzaron al escuchar un tema en el que la combinación de
guitarra y violín me recordó a ese maravilloso dúo que formaban Django Reihart y Stéphane
Grappelli allá por los años 40; al
prestar atención reconocí en medio de los aires de jazz, los inconfundibles
acordes de la música de tango de Astor
Piazzolla, el genial compositor que en su día consiguió reconciliarme con
un género musical que no me resultaba nada sugerente antes de conocer algunas
de sus obras.
Interesada por lo que
estaba oyendo busqué la caja del disco y descubrí que se trataba de Tango Orkestret una
orquesta danesa formada por músicos de jazz que se unieron hace casi veinte
años para interpretar tango moderno inspirándose en la música de Piazzolla y
otros compositores de la nueva escuela musical argentina. Los nombres de
algunos de ellos aparecen al lado de los grandes del jazz americano y todos
forman parte del nada despreciable elenco de músicos de jazz escandinavos que
ha dado figuras de reconocimiento internacional como Niels-Henning
Ørsted Pedersen, por citar al que probablemente es el más
conocido de una larga lista en la que se incluyen también en puestos destacados
algunos de los componentes de la Tango Orkestret, como su bajista Jesper Lundgaard, que ha actuado y grabado con artistas de la talla de Hank Jones, John Scoffield, Winton Marsallis
y Clark Terry, entre otros, y el violinista Kristian Jørgensen cuyo cuarteto (del
que forma parte el guitarrista Fischer) grabó en 2003 el disco “Meeting Monty” junto al pianista jamaicano Monty Alexander.
Palle Windfeldt (guitarra), Kaare Munkholm (marimba y vibráfono)
y Henrik
Sveidal (saxo y clarinete) completan la actual formación de Tango Orkestret. Aunque en este disco también también
participa Carl Quist Moller (batería
y percusión), que después abandonó la banda incorporándose a ella de forma
permanente el hasta entonces colaborador
ocasional Lundgaad.
Los
diez temas de Hora Cero son versiones
de Piazzolla; el respeto y fidelidad que muestra la banda hacia
la música de su inspirador es tan destacable como la aportación de su propia
creatividad. La instrumentación poco
ortodoxa, y los originales arreglos que tan pronto se ciñen al tango de la
forma más estricta, como lo funden con jazz, rock u otros ritmos, aportan a su
música un particular sonido que junto a la extraordinaria calidad
interpretativa, posiblemente ayude a explicar algo tan poco imaginable a
primera vista como el triunfo del tango en Dinamarca.
Tango Orkestret ha recorrido media Europa con
su repertorio e incluso han actuado en Argentina; han hecho hasta el momento seis
discos, el último –Tango de Copenhague- es el único en el que todos los temas
son composiciones propias. En todos ellos exploran las raíces del tango, sin
bandoneón, sin dogmatismo alguno, pero con
una originalidad y un sentimiento que seguramente habrían complacido al singularísimo Piazzola.
En
conclusión, un disco muy recomendable para los amantes del jazz, del tango y sobre
todo para mentes abiertas dispuestas a disfrutar de la buena música.
Dedicaremos en esta sección un recuerdo para
Miriam Makeba. La cantante sudafricana murió el lunes pasado al sufrir un
infarto tras una actuación en apoyo del escritor italiano Roberto Saviano
amenazado de muerte por la
Camorra. Makeba vivió
sus últimos momentos cantando sobre un escenario por una causa solidaria, lo
mismo que hizo a lo largo de los cincuenta años de una carrera musical marcada
por su extraordinaria voz y por su compromiso social.
Su lucha contra la discriminación racial la
llevó a un camino de exilio y persecuciones; en 1958 sus denuncias contra el appartheid le valieron ser privada de
la nacionalidad sudafricana y se estableció
en EE.UU. pero su compromiso político por la emancipación de los negros y su
unión con Stokely Carmichael, miembro de
los “Panteras Negras” la pusieron bajo la vigilancia del FBI, viéndose obligada
a marcharse a Guinea Conakry. Regresó a Sudáfrica cuando Nelson Mandela fue
liberado y continuó dedicando su música y su vida a luchar contra el racismo. Pero todo se ha de decir, y a pesar de ser conocida como Mama Afrika por
su defensa de la mejora de las
condiciones de vida en el continente africano,
y de que nadie discute su labor
positiva contra el appartheid, no faltan voces críticas que la convierten en un personaje controvertido
por su relación con algunos gobernantes africanos poco amigos del respeto a los derechos
humanos.
Aunque muy a su pesar la mayoría de gente la
reconoce musicalmente por Pata Pata, una canción, según ella vacía de contenido, que la hizo famosa en todo el mundo, su amplio
repertorio se aleja totalmente de los aires comerciales de ese tema pegadizo, predominando los ritmos africanos y las letras
cargadas de denuncias contra las desigualdades sociales. Además de sus colaboraciones en la etapa
americana, con Harry Belafonte, Miles Davis o Dizzy Gillespie, entre otros,
cabe destacar su participación junto a los tambien sudafricanos Hugh Masekela y
el grupo Ladysmith Black Mambazo en el proyecto Graceland impulsado por Paul
Simon.
Hace menos de un año tuvimos ocasión de verla
en Mataró cuando se le otorgó el premio por la Paz 2007, entonces, y sin que nadie se lo pidiera, la
cantante nos regaló una emotiva interpretación a capella y se despidió con un: “por favor, no nos olvidéis nunca”.
Quedémonos con el recuerdo de su lucha antiracista
y con su maravillosa voz. Como muestra, os dejo un vídeo del impresionante concierto realizado
en Zimbabwe en el marco del Graceland Tour.
Dedicado a su paisano y
maestro Ali Farka Touré, Tchamantché es el cuarto álbum de Rokia Traoré. Después
de tres excelentes trabajos: Mouneissa (1998), Wanita (2000) y Bowmboi (2003),
marcados por los sonidos de los instrumentos tradicionales de Mali, Rokia
decide dar un nuevo paso buscando otras formas de expresión musical.
En estos tiempos en que
el negocio en torno a la (mal) llamada “World Music” ha llevado a recurrir en demasiadas ocasiones
a los estereotipos folclóricos para abrir las puertas al reconocimiento de los
artistas africanos en occidente, se agradece la sinceridad de alguien como Rokia
Traoré, que no puede –ni quiere- añadir a sus méritos el exotismo de pertenecer
a una estirpe de griots o de
príncipes mandingas, y que ni siquiera tiene familiares campesinos o cazadores.
Ella es una chica de
ciudad que recibió una educación cosmopolita viajando con su padre diplomático
a diferentes destinos, y se reivindica
una mujer normal, perteneciente a una generación que recibe sin miedo las
influencias de los cambios que se producen en todo el mundo. Por eso, sin dudar
en mostrar su respeto y admiración hacia algunos de sus compañeros que
representan la música tradicional de Mali, de cuyas fuentes también ella ha
bebido hasta saciarse, su deseo es
transmitir a partir de sus propias vivencias otra imagen de la realidad social
y cultural de su país. Y lo cierto es que, a pesar de, o quizá, gracias a
su eclecticismo y a su alejamiento de los esencialismos, Rokia Traoré ha conseguido convertirse en un referente de la música de Mali, además de en una artista comprometida en la
denuncia de la situación de África.
Tchamantché
significa en bambara el centro, el equilibrio;
equilibrio que Rokia considera imprescindible para superar la grave
situación en que se encuentran los países africanos; equilibrio que implica, entre otras
cosas, conocer la propia historia, conjugar
con sensatez tradiciones y modernidad, y aprender a desligarse de algunas
ataduras sin substituirlas por nuevas esclavitudes. Todos estos ingredientes aparecen de una u
otra forma en las letras de sus canciones animando a sus compatriotas
a abrir los ojos y a asumir su compromiso con valentía y orgullo, a la vez que
denuncia ante los países ricos en los que triunfa como artista, su responsabilidad
por acción u omisión, ante la miseria y el sufrimiento de la población
africana.
En lo musical, el nuevo
disco se presenta como un cambio radical en su trayectoria, acentuando el alejamiento del folk hacia
ritmos más cercanos al blues, el jazz, el rock o el pop. Ciertamente, hay cambios
perceptibles, entre ellos una nueva instrumentación en la que ya no está el
sonido característico del balafon, se introducen la batería y el arpa clásica,
los n’gonis se reducen al de su colaborador habitual Mamah Diabaté y ganan protagonismo las guitarras, destacando
la Grestch que toca la
propia Rokia, en cuyo sonido dice haberse inspirado para
buscar su nuevo camino musical. Es
también un disco más tranquilo que los
anteriores, con nuevos matices y mayor desnudez en los acompañamientos
musicales que resultan más delicados y
sutiles. Pero la verdad es que yo no he tenido ninguna sensación de ruptura al
escucharlo. No importa si se acompaña de
la kora y el balafon, o del arpa y la batería, ni si los ritmos se acercan más
al blues occidental o al del desierto de Mali, su magnífica voz de múltiples registros, su
originalidad, y su buen gusto destacan como siempre y su propio estilo musical
se impone por encima de los cambios.
En cualquier caso, Tchamantché
no es un disco de música tradicional de Mali, como tampoco lo fueron los tres
anteriores, pero es un precioso trabajo
y no cabe la menor duda de que todas sus canciones están impregnadas por las
raíces africanas y por la inmensa personalidad de la Traoré.
Entre las agradables
sorpresas que nos ofrece el disco, está
el trío instrumental entre el n’goni, el arpa clásica y la voz de Rokia
Traoré interpretando Kounandi, una
bonita canción en la que lanza un mensaje con buenas dosis de realismo, relativismo
y sensatez: «El carisma es un don del cielo, pero saber obtener lo que se quiere de la
vida es una noción que se aprende aquí abajo. Al hilo de los acontecimientos se
aprende el respeto: saber seguir y hacerse seguir, entender y hacerse entender».
También al final del cedé
se esconde un regalo del que curiosamente no hay el menor indicio en sus
créditos: al acabar la que en teoría es la última canción, aparece una bonita versión de The Man I Love, el tema de Gershwinque hizo famoso Billie Holyday; con ella Rokia expresa su reconocimiento a Billie, como alguien que forma parte de su
universo musical.
Después de todo esto no es difícil adivinar que esta mujer me tiene cautivada, es un gustazo escucharla y aún mejor
asistir a un concierto en directo. El 17 de octubre estará en el Auditori de
Barcelona en el marco del Festival Músiques del Món (en el que también
actuará el 3 de octubre otro de mis favoritos: el kabilio Idir). Es una ocasión
para quiénes no estéis muy lejos y os lo podáis permitir. Pero a falta de
directo ahí está este disco, si os
gusta, vale la pena que indaguéis un poco en su pasado y os hagáis también con sus otros tres trabajos; no os vais a arrepentir,
os lo aseguro.Maria Zaloña
Umalali(que significa
“voz”) forma parte del mismo proyecto de difusión de la cultura garífuna al que
nos referíamos hace unos meses en esta sección cuando comentábamos “Watina”, el
disco de Andy Palacio & The Garifuna Collective. Pero esta vez el protagonismo
es de las mujeres, de las que ponen sus voces en la grabación de Umalali, pero
también de todas las que han colaborado en este trabajo colectivo que se
enmarca en el Proyecto de las mujeres
garifuna.
No es algo habitual que
la gestación de un trabajo discográfico lleve diez años, pero éste es el caso de
Umalali. Su productor, Ivan Duran, invirtió los cinco primeros en buscar las
voces y los cantos de las mujeres dónde pudiera escucharlas en su expresión más
pura. En este tiempo recorrió los
diversos países en que se conserva algún vestigio de cultura garifuna, fue
espectador de fiestas y ceremonias tradicionales y acudió a sus casas para
oírlas cantar en su entorno cotidiano. Descubrió, según explica, no sólo voces
de una belleza extraordinaria sino también la fuerza y el coraje de esas
mujeres anónimas que son las principales
responsables de difundir a través de sus canciones la historia de su pueblo. Tras
cinco años de sumergirse en las raíces de la música de las mujeres
garífuna, fueron necesarios cinco más
para plasmar en un disco toda esa riqueza y conseguir emparejar la esencia de
esas voces y ritmos tradicionales con el aire contemporáneo de los arreglos del
propio Durán.
Más de una docena de
mujeres intervienen directamente en Umalali, la mayoría de ellas nunca habían grabado antes sus voces; muchas de las
canciones fueron compuestas por ellas mismas y explican tanto los hechos
cotidianos como los grandes acontecimientos de sus pueblos; algunas aprovechaban los ratos libres que les dejaban sus trabajos familiares para
acudir al estudio de grabación que Durán había instalado en una cabaña de una playa
de Belice. Quizá, además del buen trabajo de producción, sea ésta la clave de
la frescura del disco.
El recorrido por los
diferentes países con población garifuna se percibe claramente en los diversos
temas, así como la variedad de
influencias de esta cultura. Las percusiones tradicionales se mezclan
con los sonidos de las cuerdas de las jaranas, con los ritmos africanos y con
la rumba caribeña, destacando especialmente las impresionantes voces de las
mujeres, a veces desgarradas, a veces dulces y melosas, pero siempre cargadas
de emoción y sentimiento.
Sofía Blanco, su hija
Silvia, Desere Diego, Chella Torres, Masagú, Bernardine, Damiana, Elodia,
Sarita, Julia, Rosa, Alba y Marcela Arana, junto a otras muchas mujeres nos
regalan sus voces y sus ritmos,
pero también una parte de sus
vivencias y su historia. No os perdáis la ocasión de escucharlas, son un
encanto.
El 19 de julio el Festival
La Mar de Músicas de Cartagena,
rendirá su Tributo a Andy Palacio,
presentando Umalali junto a los miembros del Colectivo Garifuna que acompañaban
al desaparecido músico de Belice. Si
tenéis la posibilidad de acercaros a verlas, creo que no os vais a
arrepentir.
Han pasado seis años
desde la edición del anterior disco de Habib Koité, un largo período durante el
cual ha recorrido el mundo con su banda “Bamada” ofreciendo conciertos, impregnándose de otras culturas, y también
reservando momentos para componer los once
temas de este nuevo disco que aunque se grabó en tres continentes tiene la huella
musical indiscutible de Mali, su país.
Es dudoso que los malienses
tengan algo que agradecer a los gobiernos corruptos y golpistas que en los
primeros años de la independencia controlaban el país, pero la voluntad del
entonces presidente Moussa Traoré de instaurar las Bienales culturales dio como
fruto un puñado de orquestas nutridas por los mejores artistas locales que aportaban
al conjunto los peculiares estilos de sus regiones de origen. Nombres como Ali
Farka Toure, Oumou Sangaré, Salif Keita, o Toumani Diabaté, por hacer
referencia a algunos de los que más suenan por nuestras latitudes, aparecen ligados
a estos grupos que sin duda contribuyeron a popularizar por todo el mundo las
músicas de Mali y a prestigiar en el propio país una profesión que sólo se
consideraba digna de la casta de los djeli (los griots).
Habib Koité, pasó su juventud en medio de ese ambiente que le empujó a inscribirse en el Instituto Nacional de las Artes de Bamako
dónde tras permanecer unos meses como alumno, ejerció como profesor de guitarra
hasta que a finales de los años 80 se fue para dedicarse por completo a su
grupo Bamada. Ese período en el que se curtió al lado de
grandes maestros, consolidó su formación y confirmó su dedicación a una
actividad para la que se podría decir que estaba predestinado por su pertenencia a una familia de griots khassonké
(etnia mandinga de la región de Kayes, al oeste de Mali). La infancia de Koité se desarrolló rodeada de
los sonidos de instrumentos como el kamalen n'goni que tocaba su abuelo, y de las
actuaciones de su madre, reputada griotte que siguiendo las costumbres locales,
amenizaba las ceremonias sociales que se celebraban en su región.
Para quiénes no estéis familiarizados
con las músicas de Mali, «Afriki » ofrece
una oportunidad para hacerse una idea de la riqueza cultural de ese país. La
diversidad étnica y cultural se refleja en los estilos musicales peculiares de
cada región a los que suelen ceñirse la mayoría de artistas locales. Sin
embargo, Habib Koité integra en sus
composiciones el amplio patrimonio musical existente, recorriendo a lo largo de los once temas del
disco su vasta geografía.
Y para ello, además de contar con la inestimable colaboración de los
componentes de Bamada, del que forman parte personajes tan emblemáticos como
Kélétigui Diabaté (maestro indiscutible del balafón), invitó a participar en el
disco al desaparecido Hassey Sarré que nos traslada a las puertas del desierto en
«Barra », tema inspirado en las tradiciones de los peules de Niafunké dónde Sarré acompañó
con su violín durante muchos años al
legendario Ali Farka Touré. Invitadas de lujo son también las voces
femeninas que con sus timbres peculiares acompañan a Koité en diversos temas
destacando su participación en «Namania
», la canción que abre el disco.
No es menos singular el
sonido de los cuernos de antílope, cuyo uso está prácticamente
extinguido y que junto a las percusiones y los cantos envuelven «Nta Dima» de un aire ancestral capaz de convencer a cualquiera sobre la
conveniencia de conservar la herencia del folclore musical, aunque se
enriquezca con lo que la modernidad pueda aportar.
La voz de Koité acompaña todas las canciones, excepto el último tema, un sólo
de guitarra en el que muestra su habilidad con este instrumento al que confiere
un sonido personal utilizando los acordes y el estilo de los instrumentos
tradicionales de cuerda de la región. Sus letras, en consonancia con su concepto
musical insisten en la importancia de conservar las raíces sin renunciar a las
aportaciones de nuevas influencias, lanzando también un mensaje a sus paisanos
para que luchen juntos por un futuro mejor sin dejarse envolver por
las falsas promesas que les llevan a emigrar hacia otros continentes.
Lo dicho, «Afriki » es un disco muy atractivo en lo musical y que
además ofrece otros ingredientes lo bastante interesantes para recomendaros que
no os lo perdáis. Habib Koité y Bamada, al igual que lo hicieron en sus
anteriores trabajos nos invitan a un agradable paseo por las tierras de Mali del
que vale la pena disfrutar.
María Zaloña
Los que ya vamos teniendo una edad recordamos a Bill Bruford como el batería de Yes y de King Crimson, dos grupos destacados del movimiento llamado "rock progresivo", "rock sinfónico" o "art-rock". Todo lo más, sabremos que después fue evolucionando hacia el "jazz-rock", y más tarde, hacia el jazz a secas. En realidad, es casi al revés: Bill Bruford ha sido siempre un batería de jazz, aún cuando tocase en grupos de rock.
Bill se aficionó a la música siendo apenas un adolescente, viendo en la televisión el espacio de jazz que la BBC emitía en los años sesenta, y en el que aparecían los grandes del jazz del período. En aquel momento decidió aprender a tocar la batería, inspirándose en músicos como Max Roach, Buddy Rich y Paul Motian. Durante cierto tiempo recibió clases de percusión clásica. Ya adulto, entre los estudios de economía y la batería, Bill se decidió por la última. En el Londres de finales de la década de 1960, en pleno florecimiento de la psicodelia, el ambiente era poco propicio al jazz, y en cambio surgían grupos de rock como setas. En busca de empleo, Bill respondió al anuncio en la prensa de un grupo que buscaba un batería, y que resultó ser Yes. El resto, como se suele decir, es historia.
Bill Bruford no es sólo un batería original, inquieto e innovador, que dejó al sonido de Yes y de King Crimson su huella particular y su estilo jazzístico; es también un buen compositor de temas, y sobre todo, un músico honesto consigo mismo y con su música, que nunca ha querido dormirse en los laureles, ni repetirse demasiado, ni ceder a la presión del marketing y de los managers. Esta actitud es la que le llevó, por ejemplo, a abandonar Yes en la cima de su gloria, ante el asombro de propios y extraños, para entrar en otro grupo en el que poder experimentar y desarrollar más libremente su estilo (King Crimson); también le llevó, por ejemplo, a experimentar con las posibilidades de la batería electrónica, y a abandonar ésta cuando vio que había explotado todas las posibilidades.
Earthworks, de todas las formaciones que Bill Bruford ha fundado o a las que ha pertenecido, es la que más larga vida ha tenido, y quizá la que responde mejor a su forma de entender la música. Fundado en 1986, con músicos jóvenes escogidos entre la flor y nata de la escena del jazz londinense, Earthworks ha conocido hasta la fecha distintas formaciones, siempre con la misma configuración: batería, bajo, teclados, viento. El grupo tuvo una primera etapa "eléctrica" (hasta 1992 más o menos) y una refundación puramente "acústica" desde finales de los noventa. En la actualidad, el grupo se encuentra momentáneamente inactivo.
El álbum que comentamos (Random Acts of Happiness) es uno de los más recientes de Earthworks. Fue grabado en vivo en Yoshi's (restaurante japonés y auditorio de jazz) en Oakland, California, EE.UU. Todas las últimas grabaciones de Bill Bruford son en directo: sale más barato que en estudio, y el resultado, con derecho al error incluido, es más próximo a la "verdad" de la música que los múltiples artificios y trucos que la tecnología del estudio permite. Téngase en cuenta que el disco ha sido producido por el propio Bruford y editado por Summerfold, una de sus dos casas discográficas independientes (la otra es Winterfold, dedicada al repertorio más antiguo, el de los años 1970).
Los músicos que intervienen, además del propio Bruford, son: Mark Hodgson (contrabajo), Steve Hamilton (piano) y Tim Garland (saxo tenor y soprano, flauta y clarinete bajo). Este último es uno de los mejores músicos británicos de jazz. Es, además, un compositor brillante, que ha colaborado con gente como Chick Corea y John Pattitucci. En este álbum, además de su excelente ejecución, aporta la composición de buena parte de los temas: "Bajo del Sol" (sic) y "Speaking with Wooden Tongues", por ejemplo, son suyos. Si los cuatro músicos son extraordinarios, a mi juicio Garland brilla especialmente. Mi preferida: la parte de clarinete bajo en "Bajo del Sol" (re sic).
Los demás temas son de Bruford, algunos de ellos nuevas versiones de antiguos, como el maravilloso "My Heart Declares a Holiday" (del primer disco de Earthworks, de 1986), o como "Seems Like a Lifetime Ago", de la formación "Bruford" de finales de los setenta.
El momento final del disco es también un tema antiguo, también del "Bruford" de los setenta: One of a Kind (partes 1 y 2), del álbum homónimo: una versión 100% acústica de un tema jazzrockero y eléctrico por los cuatro costados, ejecutado con brillantez por los cuatro músicos, y en particular, a mi juicio, por el pianista Steve Hamilton; una gozada total.
No quiero terminar sin destacar el trabajo de la portada, ilustrada por Dave McKean de "Hourglass".